viernes, 16 de septiembre de 2011

¿QUÉ CUANTOS AÑOS TENGO? ¡ESO A QUIÉN LE IMPORTA!

recuentemente me preguntan que cuántos años tengo... ¡Qué importa éso! Tengo la edad que quiero y siento. La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso. Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso, o lo desconocido. Tengo la experiencia de los años vividos y la fuerza de la convicción de mis deseos. ¡Qué importa cuántos años tengo! No quiero pensar en ello. Unos dicen que ya soy viejo y otros que estoy en el apogeo. Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice, sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte. Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso, para hacer lo que quiero, para reconocer yerros viejos, rectificar caminos y atesorar éxitos. Ahora no tienen porqué decir: Eres muy joven... no lo lograrás. Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma, pero con el interés de seguir creciendo. Tengo los años en que los sueños se empiezan a acariciar con los dedos, y las ilusiones se convierten en esperanza. Tengo los años en que el amor, a veces es una loca llamarada, ansiosa de consumirse en el fuego de una pasión deseada. Y otras un remanso de paz, como el atardecer en la playa. ¿Qué cuántos años tengo? No necesito con un número marcar, pues mis anhelos alcanzados, mis triunfos obtenidos, las lágrimas que por el camino derramé al ver mis ilusiones rotas... Valen mucho más que eso. ¡Qué importa si cumplo veinte, cuarenta, o sesenta! Lo que importa es la edad que siento. Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos. Para seguir sin temor por el sendero, pues llevo conmigo la experiencia adquirida y la fuerza de mis anhelos. ¿Qué cuantos años tengo? ¡Eso a quién le importa! Tengo los años necesarios para perder el miedo y hacer lo que quiero y siento.

(J. Saramago)

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Acaríciame



                                 
                                   Acaríciame...
Soy una música silenciosa.
Llena con tus manos
mí mundo de sonidos vibrantes.
Deja que pose mí cansado cuerpo
en el lecho de tu abrazo.
Déjame escuchar tu místico canto
hecho de notas de tristeza y desencanto.
Intercambiemos caricias y besos
que puedan de todo eso alejarnos
Sumerjámonos en ese perdido océano,
vayamos hasta esa isla
de la que tanto hemos hablado.
Tras esas imágenes inexistentes
Poséeme sin descanso
hasta que la oscuridad de la noche
nos cubra con su manto.

martes, 13 de septiembre de 2011

RECUERDOS EN UN PAPEL...


sta mañana me he dado cuenta de que no recordabas mi nombre. Lo he visto en tus ojos azules, mi princesa, cuando he entrado en la cocina, aún en pijama, adormilado, y te he has girado hacia mí con el paquete abierto de café en una mano y una cuchara en la otra, dándome los buenos días.

Durante apenas un segundo se te ha congelado la sonrisa, pero enseguida has fingido reconocerme y has seguido con lo tuyo, como si tal cosa. Yo me he vuelto al dormitorio y he abierto el tercer cajón de la cómoda. He tomado el cartel de cartulina roja, el que lleva mi nombre dibujado en mayúsculas de trazo grueso, y me lo colgado al cuello. Después, sentados a la mesa, cuando me has pasado el azúcar, has mirado mi cartel y he notado que te relajabas. “¿Te apetece una tostada, Miguel?”, has preguntado, haciendo hincapié en la pronunciación de mi nombre, para que yo viera que sí, que lo sabes, aunque algunos días no puedas recordarlo sola.

Los médicos dijeron que el desarrollo sería progresivo, muy lento y de hecho, hay días que aún son buenos, incluso parecen normales. Y en esos días soy yo el que se olvida de esta pesadilla en la que estamos inmersos los dos, desde hace casi tres años, envueltos en esta penumbra, en esta bruma que no te deja mirar atrás, mi princesa, que te esconde adrede nuestro pasado y nuestro presente, nuestros buenos y malos momentos, nuestros sentimientos y hasta nuestros sueños. Pero en medio de esta niebla, he de mostrarme tranquilo, sosegado, sereno. Ser metódico y mantener tu entorno claro y ordenado, exento de imprevistos y alteraciones que puedan perturbarte. Por eso, todo lo que hacemos cada día sigue una rutina y por eso, también, he marcado cada rincón de la casa con pequeñas etiquetas de colores que muestran mensajes diversos: “Azúcar”. “Armario para vasos”. “Sopa = cuchara”. “Calcetines”. “Te amo, Celia”, por todas partes, “Te amo”.

Acabas tu desayuno y te levantas sin decir nada. Cruzas el pasillo decidida y te veo desaparecer tras la puerta cerrada del baño. No debo atosigarte, así que pongo los vasos en el fregadero, recojo a toda prisa las migas de la mesa y te espero impaciente, sentado en el sofá de la sala. Hago como que leo el periódico, dejo que las gafas de cerca se escurran hasta la punta de mi nariz y permanezco atento a cualquier ruido extraño, a cualquier golpe o a cualquier llamada, para correr en tu busca, a rescatarte, mi princesa. Cuando sales, han transcurrido veinte minutos que a mí me han parecido eternos. Te has cardado el pelo como uno de esos punkis que tanta gracia te hacían. Has pintado de carmín rojo tus labios, y también las comisuras, y te has perfilado los ojos con lápiz negro, embadurnándote los bordes como un payaso que estuvo llorando antes de su gran espectáculo. Has confundido la laca de uñas con el frasco de perfume, y por tu cuello se deslizan dos hilillos plateados. “¿Estoy guapa?”, preguntas. Y yo sonrío, o trato de hacerlo, y te contesto que claro, que tú siempre estás guapa, y me vuelvo contigo al baño para convencerte de que es la hora de la ducha. “Ay no papá, papaíto, que aún no es domingo”, replicas lloriqueando y pataleas flojito en el suelo. “No quiero ducharme, no quiero”. Pero te dejas hacer y voy quitándote la ropa mientras canturreas una canción de cuna, aquélla que le cantabas cada noche a nuestra Ana para que por fin cogiera el sueño. Contemplas fascinada la espuma que resbala por tu cuerpo desnudo, tan frágil, y chapoteas y me salpicas y todo termina convertido en una gran piscina. Y yo termino empapado también. Empapado y agotado a las diez de esta mañana en la que no recuerdas mi nombre. Te envuelvo en una toalla y al momento la arrojas al suelo y sales corriendo hacia el cuarto. Abres el armario y lo revuelves todo hasta encontrar un vestido floreado, liviano, de vuelo y sin mangas. Recuerdo habértelo visto en alguna noche de verbena. “Es diciembre, mi cielo, hace frío”, te digo. Pero no hay forma. Te enfadas y me gritas. Me empujas con una fuerza que no sabía que tenías. “¡Suéltame! ¡Qué me sueltes!”, y tiras con fuerza del vestido, y la delicada tela se rasga, pero da lo mismo, te lo pones, con zapatos de tacón, muy altos, como siempre te gustaron. ”Ya estoy lista”. Me sonríes, coqueta, y te sonrojas, como la primera vez que te lancé un piropo a verte pasear con tus amigas por el Parque Grande. “Guapa”, te digo, y te guiño un ojo, como entones.

En el grupo de apoyo nos explican siempre la importancia de ir en busca de recuerdos, así que hoy, como cada día, dedicamos horas a mirar fotos, los dos juntos, sentados sobre el sofá, rodeados de álbumes viejos y cajas de lata. Asientes y sonríes mientras traigo hacia ti, poco a poco, los momentos bellos que encierran esas imágenes inmóviles. Y de pronto empiezas a hablar, a relatar las historias que quedaron plasmadas en el papel fotográfico y hasta me cuentas detalles que yo ya había olvidado. Te miro y vuelves a ser mi Celia, mi amor, mi niña... mi princesa. Me abrazas y te abrazo. Y permanecemos así, arropados con tu manta favorita, apoyada tu cabeza en mi hombro, hasta que de pronto te incorporas y me contemplas muy seria. “No debe abrazarme así, caballero. Estoy casada”. Te separas de mí y me invitas a marcharme. Yo obedezco, sumiso, por no contrariarte, y te dejo viendo la tele, ensimismada, murmurando palabras que solamente tú comprendes, mientras voy a la cocina a preparar el almuerzo. Hoy, tu plato favorito. Lasaña de atún casera. “Vamos a comer, mi vida”, te digo al cabo del rato. Paso un brazo por encima de tus hombros, te ayudo a levantarte y dirijo tus pasos hacia la mesa, vestida con tu mantel preferido y las servilletas de hilo que bordabas por las tardes. “Te he preparado lasaña, ¿ves?”. Cruzas los brazos delante del pecho y pones morritos. “No me gusta la lasaña”. Y yo: “Claro que sí, mi amor. Si la adoras”. Pero te niegas a probarla, te tapas la boca con las dos manos y sacudes la cabeza. Intento convencerte y le das un manotazo al plato. La lasaña se desbarata y la mezcla de bechamel, atún y tomate cae sobre tu regazo y se esparce por el suelo. Me miras, horrorizada. “Lo siento, Miguel. Lo siento”. Tiemblas y se te llenan los ojos de lágrimas, y los míos se inundan también, porque esta vez no ha ocurrido, no has mirado mi cartel. Esta vez, mi princesa, has recordado mi nombre. 

"Navega guiandote por las estrellas"

Al partir en busca de Ítaca,
ruega que tu viaje sea largo,

lleno de aventuras, lleno de despertares.
No temas a los monstruos de antaño...
no los encontraras en tus viajes
si tus pensamientos son elevados y así permanecen,



 sin pasiones autenticas agitan tu mente, tu cuerpo y tu
 espíritu .
No encontraras monstruos temibles
si no los llevas dentro de tu alma,
si tu alma no los coloca dentro de ti.

C.Cavafy

lunes, 12 de septiembre de 2011

MI AMOR ES COMO UN RÍO CAUDALOSO

horreándose en el cuerpo de mi hombre,
mi amor toca tambor y flauta
en las montañas de mi tierra,
dispara con ametralladora
su descarga de besos.
Es un amor de guerra
con «adiós» y «nos vemos»
un amor con señales de humo
-a lo lejos-
un amor para llevarse en mochilas
para andar clandestino
por ciudades y valles.
Es un amor para cantar victoria,
para llorar heridos
y aprender de derrotas.
Mi amor es bien contento
aunque -a veces- me haga brotar el llanto
es grande como la esperanza
y el valor de mi pueblo;
tiene olores de finca
huele a tierra mojada y campo.
Mi amor es fiero,
ardiente como la libertad,
no conoce de tiempo,
anda dentro de mí
desbocado y rebelde.
Me ha llenado de luz
y lo llevo cargado como un fusil al hombro
lloro y río por él
por este amor hermoso,
claro, como tus ojos.


(G. Belli)

CREO EN LOS SUEÑOS



reo en los sueños.
Creo en las utopías.
Me diréis loco pero creo que aquello que uno cree, ES.

Entonces también llamaréis locos a aquellos que creyeron en un sueño de alimentos y vivienda, en un sueño de paz y de respeto a sus derechos como ser humano.
Entonces diréis que están locos aquellos que se pusieron en camino dejando atrás todo lo que amaban.
Aquellos que llegaron a países extraños donde nadie quiso mirarles a la cara por ser diferentes.
Aquellos que consideraron pobres y delincuentes, negros y dañinos.
Aquellas que consideraron putas y sirvientas.

Diréis que están locos por cruzar el Estrecho en una barquilla o por lanzarse a franquear una enorme alambrada de espinos con gendarmes marroquíes tras ellos y guardias civiles españoles ante ellos que con violencia les impiden el paso.

También diréis que están locos por desear trabajar en paz y dejarlos durante meses y años recluidos en un centro de acogida.
O por deportarlos al desierto sin agua ni alimentos, torturándolos, robándoles y humillándolos, dejándolos morir.

Me diréis loco, pero el ser que cree en sí mismo se lanza a buscar la verdad, a sentir y expresar lo que siente y lo que esas personas sienten es que desean vivir y no saben por qué los estamos matando y por qué les hacemos esto.

Yo creo en otro mundo. Ese "otro mundo posible" que todos solemos expresar, está aquí si lo deseamos. Más que nunca hemos de repartir y compartir todo lo que tenemos con los hermanos desahuciados y pobres, muchas veces, consecuencia misma de nuestros atroces usos y abusos de sus países con sus riquezas y habitantes. Desde que se nos ocurrió evangelizar el mundo y mucho antes, la historia está marcada de horribles crímenes contra los que sólo desean hacer el bien y vivir con paz. Cuando cambia el pensamiento, la realidad cambia.

¡Hermanos africanos, asiáticos, latinoamericanos, procedentes de Europa del Este, indios y paquistaníes: ocupad la tierra porque ésta es de todos.

¡Ningún ser humano es ilegal!
¡Abajo las fronteras, arriba humanidad!

domingo, 11 de septiembre de 2011

NO DIGAS LO QUE NO SIENTES...




o digas lo que no sientes, se que estás confundido, que sientes mucho y que en estos momentos no puedes estar sin mi, que sientes que me quieres y que tienes ganas de abrazarme, pero no me digas que me amas. Se lo que sientes ahora mismo, pero no uses palabras mayores por favor... Porque amar a una persona es sentirla día a día, estés con ella o no, intentar impresionarle con cualquier cosa, cualquier tontería que se te pase por la cabeza. Amar a una persona es cuando la esperanza s más grande que el amor, y nunca pero nunca la pierdes. Amar a una persona es a pesar de la distancia, a pesar de que nunca hables con ella sigues recordándola en muchos momentos puntuales, y lloras con canciones que te recuerdan a esa persona. Amar es dar la vida por la otra persona, y que no sean unas simples palabras que se las puede llevar el viento. Amar es esperar a la persona que quieres, aunque nunca sepas hasta el día exacto en que dejarás de esperar, porque no te importa con tal de que llegue. Amar es llorar desconsoladamente sólo por ver su mirada, la que tanto tiempo llevabas esperando. Amar es hablar de esa persona sin darte cuenta, y pensar en aquellos momentos aunque nadie te los recuerde. Amar es sentir que la llevas dentro de ti aunque ni si quiera sepas donde está. Amar es no poder dejar de ver su fotografía y ponerte a llorar cuando la ves, y te da igual todo lo demás, solo te importa esa persona. Por favor, no llames amar si no sientes todo lo anterior...




YO PERDÍ




erdí a mucha gente que quise y que amo todavía... pero gané el cariño y el ejemplo de sus vidas.

Perdí momentos únicos de  la vida porque lloraba en vez de sonreír...pero descubrí que es sembrando amor, como se cosecha amor.

Yo perdí muchas veces y muchas cosas en mi vida. Pero junto a ese "perder" hoy intento el valor de "ganar" porque siempre es posible luchar por lo que amamos, y porque siempre hay tiempo para empezar de nuevo.

Nieves G.